(Caracas, 08.08.2018. Punto de Corte/ Héctor Escandell). La inundación y el olvido empezaron mucho antes. Las lluvias apenas muestran la penosa consecuencia.

Los ríos crecen y se llevan todo a su paso. Las casas, los conucos, las escuelas, los sueños, los anhelos y la esperanza de los más olvidados de este país.

Llueve a cantaros y el Orinoco se transforma en lo que es, un océano marrón que cubre la selva y sus misterios. También desnuda la improvisación y la ineptitud de los gobiernos que han pasado por el sur.

Escribir de Puerto Ayacucho es para mí todo un reto. En sus calles -hoy inundadas- pasé la mayor parte de mi vida. En ese pueblito de pocas avenidas y escasos servicios fui verdaderamente feliz. Ahí estudié, me enamoré por primera vez, hice amigos y conocí la magia de la radio. En el Puerto me hice amazonense. Hoy veo su decrépito rostro y me asusto. Lo desconozco casi por completo.

De los años 90 no queda nada o queda muy poco. Los balnearios son inseguros e inalcanzables por la escasez de gasolina. Los otros seis municipios son verdaderos territorios inhóspitos -tierra de mafia y minería-. Ya no hay ni rastro de los automercados pujantes y de los hoteles que evidenciaban la intención de ser un paraíso turístico. De aquella época recuerdo los tres vuelos diarios llenos de turistas deseosos por conocer las maravillas que esconden los cuatro parques nacionales, los diecinueve monumentos naturales, los ríos y el misterio de los pueblos indígenas. Hoy, apenas un vuelo a la semana mantiene la comunicación con Caracas. No hay más.

Hace una semana recorrí los más de 700 kilómetros que separan a Puerto Ayacucho de la capital de la república. La carretera es una evidencia de la destrucción y el olvido, por Guárico se ven las ruinas del ferrocarril, por Apure los hatos desolados, las incontables alcabalas y los deprimidos caseríos que sobreviven a punta de terquedad y arraigo.

Al final de la ruta todavía está “la chalana”, un ferri improvisado a mediados del siglo XX que es la única forma de cruzar desde Puerto Páez (Apure), hasta El Burro (Bolívar). Un planchón oxidado, arrastrado por un barco, sigue siendo el medio transporte para quienes desean llegar al Sur de Venezuela. En el olvido quedó el proyecto de construir un puente que se elevara sobre los ríos Meta y Orinoco.

Después de catorce horas y de admirar la belleza de los llanos en su máxima expresión, llegamos a la capital del estado Amazonas. Sus calles están todas rotas, no hay alumbrado público, no hay señal de celular y mucho menos datos para navegar en internet. En los años 90 al menos había teléfono. Ahora se robaron los cables y la comunicación es privilegio de pocos.

¿Amazonas es Venezuela?

Las últimas lluvias han causado inundaciones dejando a más de diez mil familias damnificadas en Puerto Ayacucho. Barrios viejos y nuevos están bajo las aguas. No hay quién haga nada. La “planificación” urbanística quedó al descubierto. La mediocridad y el populismo hoy están ahogados. Las construcciones en zonas cercanas a los ríos demuestran la piratería de las instituciones del Estado.

En Puerto Ayacucho nada funciona

Mi compañero de viaje estaba sorprendido con la oscurana, los huecos gigantes en la vía y la escasez de todo. “No sé qué mostrarte, no sé para donde llevarte”. Le dije mientras esquivábamos el peligro de la noche por calles desconocidas. En la Plaza Bolívar nadie pasea, los novios ya no se exponen y los vendedores de helados y perros calientes desaparecieron. “Desde que empezaron a matar gente ya nadie sale a la plaza”, me dijo un viejo amigo. Me insinuó que está en marcha una operación limpieza que ha dejado en las esquinas a cientos de personas con un balazo. Todo el mundo sabe quiénes son los autores, pero nadie se atreve a  delatarles.

Las minas del horror

Cuando comencé a preguntar por viejos conocidos la respuesta fue que estaban en las minas. Sacando oro, coltán y otros minerales que parecen sembrados en la espesura de la selva. En el municipio Atabapo -frontera con Colombia-, los campamentos mineros destruyen a diestra y siniestra los bosques y los ríos. Los peces ya están contaminados con mercurio y una mancha amarilla amenaza con matar toda la biodiversidad de la zona. El olvido, la indiferencia y la complicidad amenazan la vida del mal llamado pulmón vegetal del mundo.

En plena selva también se ocultan los horrores de la prostitución, la trata de personas, el sicariato, el contrabando, el narcotráfico, la malaria y el VIH sin tratamiento ni control.

El gobierno insiste con la mentira de la minería ecológica. Eso no existe y Amazonas es una muestra de ello.

Inundados de olvido

Después de casi tres días en Puerto Ayacucho regresé con la tristeza de dejar a mi familia en medio de la nada. Aterrorizado por el deterioro crónico de mi ciudad.

De vuelta a la chalana, el río le había ganado otros varios metros al pueblo de El Burro y hasta el puesto de la Guardia Nacional estaba bajo las aguas. El carro se mojó más que tres días antes. Un día después supe que el paso fue suspendido porque el planchón no tenía donde atracar.

Las miles de personas que hoy están damnificadas son un reflejo de la indolencia y el descuido.

En el camino -entre Puerto Páez y Las Macanillas- solo se escucha la Radio Nacional de Colombia y la radio de la Fuerza Armada Nacional de Colombia. ¿Qué pasó con la soberanía y el patriotismo?, ¿acaso el sur de Apure, Bolívar y Amazonas no son parte de Venezuela?

Como dije antes, escribir sobre Amazonas es un reto muy complicado para mí. Por lo que viví y lo que ahora veo. Las inundaciones de estos días hacen que el lente de las cámaras se posen sobre El Muelle y El Bajo, pero nadie mira más allá. Pocos observan y protestan por la destrucción de la capital más joven de este país.

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